Huida a pie por la carretera de la miseria

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Hasta julio de 2020, cinco millones de venezolanos se han desplazado de manera forzada en toda la región y es Colombia el país con mayor número de migrantes venezolanos.

Miles de venezolanos desesperados, los más desfavorecidos por la revolución, huyen a pie por las carreteras de su país y de Colombia


 

Daniel Lozano / El Mundo (España) – 30/10/2020

Nuevo capítulo para la gran diáspora en medio de la pandemia. Una oleada de miles de venezolanos desesperados se ha lanzado a la frontera con Colombia en busca de una nueva vida. Lo hacen empujados por la reactivación económica del país cafetero y por el vertiginoso derrumbe en el país petrolero. El relato de todos ellos está salpicado de condiciones de vida tan extremas que parecieran huir de una guerra despiadada o de un terremoto destructor.

A principios de septiembre sólo cruzaban unas pocas decenas. Ahora son centenares. Caminan sabedores de las dificultades y frente a los abusos de los guardias nacionales y de guerrilleros colombianos aliados del régimen bolivariano. Poco les importa a estos agentes sin escrúpulos a la hora de robar que sus víctimas tengan muy poco, que sean los parias entre los parias.

Son tantos que el Gobierno colombiano ha ordenado el despliegue de la policía en las famosas trochas, pasos clandestinos que se usan para atravesar de un país a otro mientras las fronteras permanecen cerradas por la pandemia. Es el territorio donde guerrilleros y antiguos paramilitares llenan sus bolsillos a costa de los emigrantes.

«Vienen millones», exagera María F., a las puertas del punto de apoyo levantado por Douglas Cabeza en Pamplona, a 70 kilómetros de la frontera, epicentro de la famosa carretera de los emigrantes. Pero lo dice con tanta convicción que pareciera no equivocarse. «Lo he visto, nosotros también hemos venido andando desde Chivacoa», agrega la mujer. Chivacoa es uno de los municipios de Yaracuy donde se prendieron protestas muy duras contra Nicolás Maduro en septiembre.

La avalancha es de tal calibre que en Pamplona las autoridades han establecido estaciones de monitoreo para el control sanitario e identificación de emigrantes. En los puntos de apoyo a los emigrantes, que se mantienen en pie pese a las órdenes de clausura durante la pandemia, las colas para comer asemejan a las ya vistas en guerras y hambrunas. La Red Humanitaria, que asiste a los emigrantes, ha denunciado deportaciones en las últimas horas.

La mayoría de los nuevos caminantes recorren a pie las carreteras de su país, una novedad con respecto a anteriores flujos migratorios. Hay poco transporte y el poco que funciona por el desabastecimiento de gasolina cuesta más de 100 dólares, precio inaccesible para la mayoría. Las familias vienen enteras, desde bebés a abuelos, y corresponden a los estratos más desfavorecidos y vulnerables por el fracaso social y económico de la revolución.

«En Venezuela ya no se puede, de verdad. Ni siquiera uno puede comprar un huevo para comer. Ni un plátano, la situación está muy fuerte», asegura Dineisis Juárez, que ha caminado durante un mes desde Puerto Cabello hasta las afueras de Cúcuta. Su destino final es Chile, a 6.700 kilómetros.

«Pasamos mucha hambre y mucho trabajo en Caracas. Mucho menos podía comprar vitaminas para mi bebé, cobraba un sueldo mínimo, que sólo da para comprar una harina. Era limpiadora en un restaurante», relata Amanda, embarazada de ocho meses tras dos semanas de caminata, con «algunas colas (traslados en vehículos) cortas». La joven ha dormido a la intemperie, como casi todos sus paisanos, porque los albergues permanecen cerrados.

«Trabajando por tu cuenta uno no hace nada, tampoco hay efectivo. Si tienes dólares, vives, pero ¿quién los tiene? No hay trabajo allá. Ahora ya se ve de todo en los almacenes, hay comida pero no hay real para comprarlo», asegura Antonio José, barbero en sus buenos tiempos. Desde que comenzara la diáspora venezolana en 2016, más de cinco millones de personas se han visto obligadas a salir de su país. Una huida que sólo se puede comparar en este siglo por la provocada por la guerra civil de Siria.

Y, para más inri, los robos. «En Santa Bárbara el guardia nacional me paró y me dijo: si no pagas 10 dólares, no pasas», asegura Félix Bermúdez. «La frontera no es de color de rosas como nos lo pintan, los mismos venezolanos nos están jodiendo: nos quitan la plata y nos dejan sin dinero. He tenido que dormir en la calle porque me lo quitaron todo», subraya Jennifer V., quien fuera jugadora de la selección de fútbol de Aragua.

«En esta nueva oleada, la mitad al menos son caminantes nuevos, que no tienen ninguna información y por eso son más vulnerables, sufren desde la violencia de género hasta la trata de personas. El 100% vienen en extrema vulnerabilidad, zapatos desgastados o chanclas, con desnutrición, con la ropa maltrecha. Muchos niños y muchas mujeres, gestantes y lactantes. Y todos dicen lo mismo: la situación es terriblemente insostenible en Venezuela y salen a buscar algún tipo de oportunidad. El estado de necesidad es agudo», explica a EL MUNDO Vanessa Apitz, directora de la Fundación Nueva Ilusión, un oasis en el camino cerca de la frontera.

Tirado en el suelo a pocos metros está Yormis, de 23 años, y sus tres compañeros de caminata. Están rendidos, pero Apitz les entrega una bolsa de desayuno y una cuantas lecciones prácticas para seguir la ruta. Yormis abre la bolsa de papel y saca un sándwich y una fruta. No puede ocultar su asombro: «¡Llevo años sin comer una manzana!», asegura mientras resume con sus compañeros de fatigas las aventuras vividas desde que salieran caminando de Valencia, a dos horas de Caracas, con destino a Medellín. «Mucha gente, bastante, caminando hasta de madrugada. En la frontera nos dejaron pasar sin pagar, no llevamos dinero», puntualizan.

Los jóvenes relatan cómo es el calvario de su día a día. «El bolívar ya no existe y el Gobierno no ayuda. Además detienen a los jóvenes o los matan. La luz se nos cae cada cuatro horas todos los días y gas no hay, toca cocinar con leña. Para conseguir agua hay que caminar dos kilómetros hasta un tubo que está reventado y allí cargar con el agua. Y la gasolina a precio internacional, a dos dólares litro. ¡Venezuela, país petrolero!», ironiza imitando al ‘hijo de Chávez’ entre las risas de sus compañeros.

La conclusión de todos ellos, nacidos y crecidos en revolución, es desalentadora: «Venezuela ya no es Venezuela».


  • Artículo publicado en El Mundo el día 28/10/2020

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