La leyenda del ego

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La fragmentación por abajo y la represión por arriba han hecho de los partidos ficciones de lo que fueron.

El personalismo, los “yo”, los “egos”, no son la manifestación de una ambición sino de la quiebra del sistema de partidos y por eso, en su mayoría, la deliberación se fue de paseo


 

Carlos Blanco / El Nacional (Venezuela) – 26/05/2021

  1. Se escuchan tesis según las cuales el problema de la oposición venezolana es que hay muchos “egos” sueltos que, de no existir, facilitarían la unidad para enfrentar (¿dije enfrentar?) al régimen. Habría dirigentes que tienen “mucho ego” frente a otros, más modestos, que tendrían poco de esa sustancia tan divisiva. En un grupo de amigos sugerí que si tal fuese el problema bastaría reunir a los infectados del morbo con un grupo calificado de psicoanalistas, psicólogos y psiquiatras para resolver conductas tan desviadas.
  2. En realidad, esta visión sobre los “egos” salvajes, esos líderes pendientes de sí mismos, curiosamente es una crítica al “yo” freudiano que es un moderador de instintos y fuerzas, que busca equilibrios antes que desastres. En todo caso, la crítica es a la egolatría, al culto excesivo de lo que se es, se piensa o a las ambiciones propias. Se trataría de contraponer los intereses del común sobre los de los individuos por más encumbrados que se crean.
  3. Cuando se explora la cuestión más a fondo, la crítica a los “egos” desatados no viene de las almas solidarias, sorprendidas por el egoísmo ajeno, sino de los pastores del rebaño; son aquellos que resienten la existencia de las ovejas negras, de los corderos descarriados, de los que tienen diferencias. Se acusa de ególatras no a los que ponen sus intereses por sobre los de los demás sino los que se niegan a seguir o no permiten que se les incluya en la horda.
  4. Pero resulta que la horda tiene sus dueños, sus pastores o mayorales, que en Venezuela han constituido en los años recientes el G4 o alguna de sus mutaciones interinas: un grupo de partidos con cinco o seis jefes que, esos sí, carecerían de “ego”. Si tú estás bajo su redil, eres parte indiferenciada del enjambre y no serías objeto de señalamiento alguno; si tú te colocas fuera, ¡ah!, tienes un problema de ambición desmedida, egoísmo insuperable, díscola codicia por el poder.
  5. De vez en cuando se oyen llamados desde el aquelarre para que los descarriados vengan a compartir los néctares del rebaño. No; no se les invita para debatir otros caminos, para construir juntos y analizar en igualdad de condiciones los temas, sino se les ofrece levantar la empalizada, admitirlos bajo la mirada recelosa de los correctos, a que se sumen jubilosos a la buena nueva descubierta desde hace siglos y de la cual, renuentes, se apartan amotinados.
  6. Dicho lo dicho, la cuestión es que las personalidades, los individuos, los dirigentes, no solo tienen un papel relevante, sino que en esta época aparecen –todos, por cierto– como envueltos en esa capa fluorescente de su propio “ego”. La raíz de esto no es ninguna torcedura psicológica sino un proceso político y social complejo que ha conducido a la destrucción de los partidos o a limitaciones en su consolidación, según los casos.
  7. Los partidos de la primera década del siglo XXI, viejos o menos viejos, son instituciones disminuidas por efecto del autoritarismo del régimen, pero también por un fenómeno que recorre a los partidos en el mundo: la incapacidad de representar intereses que están muy fragmentados. Hace 40 años era clarísimo que Acción Democrática representaba a la mayoría determinante de la clase obrera organizada; ahora, esa clase obrera perdió su homogeneidad y lo que existe es una diversidad de trabajadores, inasimilables los unos a los otros por la diversidad de sus ocupaciones y articulaciones con la sociedad, lo cual genera una gran heterogeneidad entre los trabajadores y la imposibilidad de ser representados como un todo homogéneo.
  8. La fragmentación por abajo y la represión por arriba han hecho de los partidos ficciones de lo que fueron; si se les observa bien, se ve que el cemento ideológico desapareció en la mayoría de ellos y cierta variante del chavismo los envileció al adoptar la narrativa roja; el cemento político de un proyecto compartido se esfumó, ahora sustituido por intentos de alcanzar los cargos que asigna el régimen cada vez que se le ocurre una elección para descomprimir la situación; el cemento organizativo no existe porque ha sido sustituido por dirigentes que financian sus facciones internas.
  9. La represión de las actividades políticas abiertas, especialmente de la protesta social organizada, ha hecho que los partidos vean restringidas sus actividades si no se avienen a los propósitos del régimen, de lo cual quedan como expresión dirigentes para la mayoría de los cuales sus partidos son franquicias que manejan a su antojo. Lo que hay en la política venezolana es un grupo de no más de 15 dirigentes –sí, dije 15– que aparecen como voceros de partidos que, en la mayor parte de los casos, están totalmente fragmentados víctimas de prácticas antidemocráticas.
  10. En el marco de la fragmentación y el personalismo tienden a imponerse los que tienen músculo financiero; como no hay financiamiento público de los partidos y el privado es muy difícil por perseguido, el campo se despeja para que los testaferros arrimen la canoa, y así se pudra aún más la política.
  11. El personalismo, los “yo”, los “egos”, no son la manifestación de una ambición sino de la quiebra del sistema de partidos y por eso, en su mayoría, la deliberación se fue de paseo; cuando hay dos o tres dirigentes relativamente fuertes en un partido, en el pasado era signo de fortaleza, pero hoy es de debilidad y frecuentemente conduce a la parálisis y a la división.
  12. El resultado es la ausencia de debate, el autoritarismo interno y la división latente. El problema no es la presencia de “egos” fuertes con personalidades enérgicas concentradoras de una representación imposible; el verdadero problema es el rebaño obediente en el cual la disidencia es castigada por inadmisible.

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