La tolerancia que sucumbe ante la hegemonía cultural

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¿Es la hegemonía cultural la herencia maldita de Gramsci? (Foto: Flickr).

Vivimos bajo una dominación ideológica y cultural en el seno de la sociedad. Y este fenómeno ha echado raíces en las democracias de nuestro hemisferio


 

Anderson Ayala / PanAm Post (Latinoamérica) – 03/06/2020

Ha podido sonreír Antonio Gramsci, célebre marxista italiano que se dedicó a estudiar, entre otras cosas, la función de la cultura para los sistemas de dominación en la Europa de la Edad Moderna. Es de referir su figura porque él fue quien legó un nuevo sendero para todo el marxismo occidental, como señala el escritor chileno Roberto Ampuero: ya no había que seguir el camino de la “revolución”, como suscribía Lenin, bastaba con lograr una dominación ideológica y cultural en el seno de la sociedad. Y vaya que esto ha echado raíces en las democracias de nuestro hemisferio, pues ahora hasta vemos la paradoja de una derecha que sucumbe ante los lobbys de la izquierda, bajo el velo de la tolerancia.

La conquista que plasmaba Gramsci debía comenzar por el dominio de las instituciones que, a su juicio, son transmisoras de la cultura: las universidades, la iglesia (veamos la Teología de la Liberación), las escuelas, los medios de comunicación y hasta los partidos políticos. Todas ellas ayudan a delinear una concepción de mundo, de manera tal que, si se controlan, podrían servir para implantar una hegemonía ideológica. Y si analizamos a todas estas instituciones, al menos en Latinoamérica, veremos cómo la izquierda las ha colonizado desde la segunda mitad del siglo XX.

Pero a partir de la década de 1990, coincidente con la desintegración de la Unión Soviética, se ha podido ver un cambio sustancial, referido por el argentino Agustín Laje: la bandera ya no lleva el símbolo de la lucha de clases, sino el de la inclusión de “sectores marginados” y “minoritarios”, que en efecto pueden haber sido objeto de intolerancia, pero ello no les da la atribución -ni a nadie- para imponer su visión al resto de la sociedad por cualquier vía (generalmente la ley). Es así como se ha construido el tan mediatizado relato de la ideología de género, presente hoy en universidades, partidos políticos, medios de comunicación y demás; un lobby que guarda en su seno una profunda conflictividad social, la misma que ha caracterizado siempre al marxismo.

Pero no son muchos los que tal vez conozcan esto. Esa es la «fatal ignorancia» a que aludía el intelectual Axel Kaiser para explicar el desconocimiento deliberado que la derecha ha mostrado frente a los avances, maquillajes y transformaciones del marxismo. Y no se puede combatir lo que se ignora o lo que no se conoce, por lo que muchos han caído en esos mismos pozos que la izquierda progresista ha construido para asegurar su perpetuación.

Así hemos visto cómo la opinión pública le abre cada vez mayor paso a este tema, sin que ello tenga alguna implicación negativa per se, en vista de que el cambio y la evolución son algo natural de las sociedades a través del tiempo. Lo que resulta al menos paradójico es que sectores de esa derecha referida, supuestamente la antítesis del marxismo, se plieguen a los lobbys que promueve la izquierda mundial para seguir vendiendo su idea de la explotación y la opresión, solo que con diferentes actoreslobbys como el que vimos recién: el día internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia. Y lo que es peor, que incluso se quiera justificar tal pliegue bajo la excusa de la tolerancia, entendida como uno de los cánones del liberalismo -que en efecto es.

Que la tolerancia signifique no ejercer coacción sobre la otredad es un hecho; solo con ella se asegura una convivencia pacífica y conciliada de las divergencias que existan en una sociedad. Bajo el velo de la tolerancia es posible permitir la expresión y participación de los movimientos sociales que se enmarcan en la ideología de género, pero de ahí a respaldarlos hay un salto enorme. Y es que ese lobby, aunque pudiera perseguir alguna intención sana de mayor reconocimiento, en la práctica pretende subvertir la igualdad ante la ley que pregona la derecha política. Respaldarlo nos da una idea de qué tan profunda y qué tan efectiva ha sido en realidad la hegemonía cultural.

Cuando el inglés John Locke manifestaba en 1689 que “ni los paganos ni los judíos”, como seres humanos iguales a los anglicanos, debían quedar excluidos de los derechos civiles (propiedad, libertad, etc.) de que gozaban los súbditos de la Corona Británica, lo hacía defendiendo justamente su condición humana, pues ahí reside todo el eje central de la cuestión. Porque como referí recién, detrás de los intentos de ganar un mayor reconocimiento, una pretensión totalmente respetable ante episodios de intolerancia en el pasado, se esconde una Hidra de Lerna, ese monstruo antiguo al que le cortaron la cabeza, pero solo para que salieran dos más que, tras la metamorfosis de su discurso y sus prácticas, se terminaron apropiando de banderas como la ideología de género.

La tolerancia pasa por respetar a ese otro distinto, entendiéndolo como una persona que goza de los mismos derechos y deberes, sin coaccionarlo o censurarlo. Pero no por ello debe ser objeto de una manipulación acorde a un interés de impulsar una lucha que contradice lo que se profesa. Reconocer que una persona tenga una preferencia por alguien de su mismo sexo (homosexual), o por personas de su propio sexo y del sexo contrario (bisexual), o incluso que ha podido y querido cambiar de sexo, pasa simplemente por respetar su proyecto de vida, como un ser humano que nació libre al igual que cualquier otro. Nadie lo coacciona ni pretende darle privilegios; esa es la verdadera tolerancia, pero ha sucumbido ante la hegemonía cultural, y ahora Gramsci sonríe.


  • Artículo publicado en PanAm Post el día 26/05/2020
  • Anderson Ayala es consejero estudiantil (P) de la FHyE-UCV y miembro de Cedice Joven.

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