El comunismo no desapareció en 1989 y ya tiene las claves para disolver la democracia

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El proceso de destrucción de las libertades que está llevando la izquierda en Occidente, es algo observable ya en muchos países.

En 1989 muchos nos alegramos al ver la caída del Muro de Berlín. Durante años pensamos que el comunismo -con algunas excepciones- había desaparecido


 

Outono (España) – 18/08/2022

Es triste tener que reconocer ahora que nos equivocamos. Es más: el hecho de pensar que esa amenaza totalitaria había sido vencida nos hizo bajar la guardia, y esto le ha permitido reaparecer con otros disfraces pero con el mismo propósito: reducir la democracia a escombros y conseguir un control total de la sociedad. Y ahora mismo tiene ya todas las claves para lograrlo en Occidente. Incluso tiene serias posibilidades de conseguirlo, a menos que tomemos conciencia del peligro y reaccionemos en consecuencia. Algunos pensarán que estas afirmaciones son paranoicas. Ojalá lo fueran. Basta con echar un vistazo a la actualidad y a la historia reciente para comprobarlo.

El obstáculo que se encontró el comunismo para implantarse en Occidente

El comunismo surgió como una ideología que prometía un futuro utópico basado en la desaparición de las clases sociales mediante el establecimiento de una “dictadura del proletariado”. Desde 1917 quedó en evidencia que esa utopía apestaba a pesadilla. La primera dictadura comunista, la de Lenin (1917-1924), fue un reinado de terror que debería haber servido de aviso para lo que iba a ocurrir en otros países. En Polonia se dieron cuenta de la amenaza y la frenaron en la Batalla de Varsovia de 1920, pero gran parte del resto de Occidente permaneció en la inopia. La mayoría sólo abrió los ojos tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Stalin se apoderó de media Europa convirtiéndola en una enorme prisión y dando comienzo a la Guerra Fría.

El dirigente comunista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) sentó las bases del marxismo cultural, la estrategia con la cual el comunismo lograría implantarse en Occidente infiltrándose en su esfera cultural y educativa. Esa estrategia ha tenido un éxito indudable.

En los años de la postguerra, la prosperidad y la democracia de las que disfrutaba Occidente fueron dos grandes vacunas contra el comunismo. Un dirigente comunista italiano fallecido en 1937 ya se había dado cuenta entonces de la dificultad que tendría implantar el comunismo en occidente, ya que sus condiciones no eran tan extremas como las de Rusia en 1917. Antonio Gramsci planteó una conquista al poder alternativa por parte del comunismo en Occidente, más larga y dificultosa que la revolución bolchevique pero que podría tener efectos más duraderos. Esa estrategia consistía en adueñarse del mundo de la cultura y de la educación para minar la democracia desde sus bases.

El KGB soviético dedicó el 85% de sus fondos a «cambiar la percepción de la realidad» en Occidente

Mientras intentaba afianzar y expandir su dominio por métodos clásicos, la URSS tuvo en cuenta ese marxismo cultural propuesto por Gramsci y dedicó grandes esfuerzos a promoverlo en Occidente. No es una afirmación basada en una teoría conspiranoica. Tras desertar a Canadá, el exagente del KGB soviético Yuri Bezmenov reveló aquellos planes: “sólo alrededor de un 15% del tiempo, del dinero y del personal del KGB se dedican al espionaje como tal. El otro 85% se dedica a un proceso lento, que denominamos tanto subversión ideológica, como medidas activas o guerra psicológica. Lo que significa básicamente es cambiar la percepción de la realidad de cada americano hasta tal punto que, por mucha que sea la información, nadie sea capaz de llegar a conclusiones sensatas para defenderse a sí mismo, a su familia, su comunidad y su país. Es un gran proceso de lavado de cerebro que progresa muy lentamente”.

El éxito de esa estrategia: la libertad de expresión desaparece en las universidades de EEUU

La URSS tuvo un éxito notable en esta estrategia. Las universidades de Estados Unidos se llenaron de activistas de extrema izquierda que han dirigido la formación de muchos líderes de la actual élite estadounidense. Hoy en día muchas de esas universidades se están convirtiendo en agujeros negros para la libertad de expresión y de pensamiento. En el mundo académico estadounidense se han convertido en doctrina oficial y en dogmas incuestionables algunas de las franquicias del marxismo cultural, como la ideología de género (una teoría anticientífica entre cuyas fundadoras figuran comunistas como Simone de Beauvoir y Shulamith Firestone), el falso antirracismo izquierdista (una forma de racismo en sí, pues divide a la gente en razas: blancos opresores y los demás oprimidos), el multiculturalismo y el catastrofismo ecologista. Nadie puede discrepar de sus dogmas ideológicos so pena ser tachado de racista, machista, negacionista, homófobo y transfóbico, palabras-policía que son los instrumentos de censura de la nueva inquisición progresista.

La denuncia de una joven que huyó de Corea del Norte y hoy vive en EEUU

Algunos que han huido del comunismo se encuentran ahora con ese totalitarismo instalado, con otro disfraz, en Occidente. Hace unos días Yeonmi Park, una joven que huyó de Corea del Nortedenunció lo que está pasando en las universidades de EEUU: “te están obligando a pensar de la manera que ellos quieren que pienses”, advirtió. “Pensé que Estados Unidos era diferente, pero vi tantas similitudes con lo que vi en Corea del Norte que comencé a preocuparme”. Park señaló un fenómeno de “auto odio” promovido por la izquierda que también estamos viendo en otros países de Occidente: “Pensé que los norcoreanos eran las únicas personas que odiaban a los estadounidenses, pero resulta que hay mucha gente que odia a este país en este país“. Park ha lamentado que los ciudadanos de EEUU estén cediendo derechos que tal vez nunca recuperen: “Voluntariamente, estas personas se están censurando unas a otras, silenciándose unas a otras“, y añadió: “este país está eligiendo ser silenciado, eligiendo ceder sus derechos”.

El proceso que está siguiendo la izquierda para destruir nuestras libertades

El proceso de destrucción de las libertades que está llevando la izquierda en Occidente, utilizando como arietes a las citadas franquicias del marxismo cultural, es algo observable ya en muchos países: leyes que penalizan el mero hecho de afirmar obviedades biológicas, señalamiento al que discrepa de los dogmas ideológicos de la izquierda identificándole con diversas formas de “odio”, y por supuesto también el ejercicio de la violencia contra el disidente, que tiene un claro ejemplo en España con la campaña mafiosa de agresiones contra Vox, el único partido del Parlamento español que se atreve a contradecir los dogmas de la inquisición progresista. Anteayer Carlos López Díaz describió ese “Gran Cambiazo” que están haciendo con nuestras libertades en un artículo que os recomiendo leer, en el que advierte lo que busca esa inquisición izquierdista: “que renunciemos insensiblemente a la propia libertad interior, a la capacidad de pensar por nuestra cuenta, sin la cual no hay libertad de ninguna clase”.

Polonia, Hungría y otros países de Europa del Este están ofreciendo una especial resistencia a los disparates ideológicos del marxismo cultural. Esos países están vacunados contra el comunismo tras haberlo sufrido durante casi medio siglo, algo que no ocurre en Occidente.

El último paso del proceso: que no nos atrevamos a reconocer la realidad

El grado de irracionalidad al que está llegando Occidente de la mano del marxismo cultural se aprecia en su mayor profundidad en la imposición del transgenerismo y sus efectos, que el catedrático Francisco José Contreras describió magistralmente en Libertad Digital hace unos meses, advirtiendo: “La guerra contra la naturaleza humana de una cultura que perdió la brújula hace ya décadas va a dejar muchas víctimas por el camino”.

En su novela “1984”, en la que hacía un símil del estalinismo, George Orwell escribió: “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sí solo”. Ya antes que Orwell, y viendo el derrotero que tomaba la sociedad, el escritor católico británico G.K. Chesteron advirtió: “Llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde”. Precisamente uno de los fines que parece buscar la nueva inquisición progresista es que no nos atrevamos a afirmar la realidad. Sirva como ejemplo que hace un mes y medio Contreras fue censurado por Twitter por afirmar que “un hombre no puede quedar embarazado”, una evidencia biológica que hoy la izquierda y también la derecha sumisa consideran “transfóbica”.

Aunque en China hay una dictadura comunista, ese régimen no desarrolla en su país los dogmas ideológico que promueve la izquierda postmoderna en Europa. El comunismo chino quiere una sociedad sumisa, pero no un país debilitado por los disparates del marxismo cultural, pues saben que eso mermaría su posición como superpotencia.

El motivo por el que China y Rusia pasan olímpicamente del marxismo cultural

Curiosamente, la extrema izquierda está desarrollando estos disparates postmodernistas en Occidente (con excepciones como Polonia, Hungría y otros países de la Europa del este que quedaron vacunados contra el comunismo tras padecerlo durante casi medio siglo), pero no en las dictaduras comunistas o en los países que todavía veneran su pasado comunista. La superpotencia emergente por excelencia, China, pasa olímpicamente de la ideología de género, del catastrofismo ecologista, del antirracismo izquierdista y del trasngenerismo. Lo mismo pasa en la Rusia de Putinque no esconde su nostalgia por el comunismo y que está apoyando a la extrema izquierda en Occidente.

¿Cómo es que esos gobiernos consideran inadecuadas para sus países las tesis ideológicas que patrocinan en Occidente? La razón es obvia: saben que el marxismo cultural sirve para hacer más sumisa a la sociedad occidental, a costa de debilitarla y de empujarla a la decadencia, con unos efectos que ya podemos empezar a apreciar hoy en día. Los regímenes de China y Rusia quieren una sociedad sumisa, pero no un país decadente, porque eso mermaría su posición como superpotencias. Los dogmas de la izquierda postmoderna sirven para que Occidente se odie a sí mismo, mientras China y Rusia ensalzan un patriotismo orientado a afianzar su posición en el mundo. La izquierda no sólo está logrando disolver la democracia en Occidente, sino también empujar a nuestra sociedad a un suicidio cultural y moral de devastadoras consecuencias.


  • Foto principal: Ariel López. 
  • Artículo publicado en Outono el día 28/08/2021

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