El saber frente al dominio: De vuelta a la universidad – III

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“¿Qué nos pasó?, ¿dónde dejamos el impulso que nos lleva a la verdad? La vida en la verdad parece hoy un proyecto por conquistar”.

La autora plantea de manera clara y determinante la importancia de la vida académica-universitaria frente al “poder” del poder, que discurre sin límites obviando los condicionamientos democráticos de los cuales carece. Ya sea tanto en el mundo político como el académico, ¿toca discernir cuáles son “nuestros espacios” para obligarlos a que estos sean reconocidos?


 

Mirla Pérez / La Gran Aldea (Venezuela) – 18/09/2021

Quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí,
ése la salvará…

Los hilos del poder son imperceptibles, son tensados por estructuras difíciles de constatar, porque su impulso no está en la superficie, sino en el fondo oculto. Su fuerza es esquiva, engañosa, especialmente si el poder discurre sin límites, el caso que nos ocupa es el poder totalitario, que no tiene condicionamientos democráticos, ni demarcaciones externas ni internas. Poder absoluto. Un poder como este pone en peligro la vida misma, salvarla requiere desafíos más allá de lo convencional.

Seguimos pensando la universidad, colocamos en diálogo la vida académica-universitaria, nuestras vidas en ella, añadiendo el aporte foucaultiano respecto a la relación entre los intelectuales y el poder. Estamos en un camino tremendamente desafiante en el descubrimiento de la verdad y el poder. Continúo aquí la interpretación centrada en la universidad.

La verdad del dominio y la mentira de la impostura

Los sistemas totalitarios se sostienen en la mentira. Su naturaleza es velada, oculta, bajo la sombra ejercen el sometimiento junto a la eliminación. La impostura es la línea que conduce la acción. No hay verdad, sin esta se construye una narrativa favorable para mantenerse, permite la adecuación y manipulación, puntales importantes para permanecer en el poder.

Quienes trabajamos con la verdad, con el acontecimiento, con la vida, no es fácil tragarnos la mentira. Un investigador, un intelectual hurga en la apariencia hasta develar su esencia. Hasta encontrarnos con la verdad de su estructura, eso hacemos en la casa que vence la sombra, que vence la mentira y la impostura. El papel del intelectual es vital en la búsqueda de los hilos que sostiene la trama de un determinado poder. ¿Qué nos pasó?, ¿dónde dejamos el impulso que nos lleva a la verdad? La vida en la verdad parece hoy un proyecto por conquistar.

Mientras la mentira domine, mientras el rey circule desnudo inadvertido, naturalizado, mientras el régimen acomode las fachadas destruidas de la universidad y no se produzcan las voces que develen la verdad que lo sostiene, no somos peligrosos, somos sujetos de un campo fértil para el sometimiento.

Lo que digo tiene la fuerza de la vivencia, la verdad del acontecimiento y la práctica, no constituimos peligro para el régimen cuando nuestros pasos van por el camino que marca el poder establecido; en este sentido veo muy oportuna la interpretación foucaultiana: “El intelectual era rechazado, perseguido en el momento mismo en que las «cosas» aparecían en su «verdad», en el momento en que no era preciso decir que el rey estaba desnudo”.

Lo coloco en futuro: El intelectual será rechazado, perseguido… cuando sea capaz de decir y actuar según la verdad. En la verdad se devela la debilidad del otro, la debilidad del sistema, sus manos de hierro y sus pies de barro, pega duro, pero sin soporte. Una pregunta se levanta firme: ¿En dónde radica su poder?

“El intelectual decía lo verdadero a quienes aún no lo veían y en nombre de aquellos que no podían decirlo: conciencia y elocuencia”. Pregunto en presente, ¿cumplimos hoy este papel los intelectuales?, ¿son nuestras universidades el recinto de la verdad y actuamos en consecuencia?, ¿argumentamos desde la incómoda y riesgosa verdad o resistimos solo como mecanismo de sobrevivencia sin que implique que nuestra acción y pensamiento sea un peligro para el statu quo?

El dominio es la verdad, pero el discurso que lo sostiene es falso, el ropaje débil parece fuerte, tiene una apariencia indestructible, cuando dejamos de creer en su dureza vemos como cae a pedazos; elemental, no le creímos, no le validamos, eso suma, aunque sea en pequeñas acciones. Las grandes mentiras caen cuando no son creídas en sus pequeñas realidades, verbigracia, las elecciones.

Hay prácticas funcionales al sistema, en la universidad la idea gremial encierra la lucha, pone a los factores internos a pelear, se queda en lo justo o injusto de los hechos acontecidos intramuros. Se cierra la posibilidad de ver el mal radical que está fuera de los factores de poder interno, aunque a lo interno lo reproduzcan. Son estas las redes de poder que son más fuertes que el régimen mismo, son, en últimas instancias, las que lo sostienen.

Contra las formas de poder

¿Desde dónde nos planteamos la lucha contra el poder? Para la universidad, universitarios e intelectuales es una pregunta esencial. “Existe un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida ese discurso y ese saber”. Continúa argumentando Michel Foucault, lo invalida desde dentro, es una impostura que se hace postura en ciertas capas de la sociedad. Al parecer nosotros, académicos e intelectuales damos cuerpo a esa capa.

Lo que diré a continuación, lo destaco porque es una verdad entendida pero no asumida, no terminamos de creer la potencia del mal, en su contra evidencia, en su soterrada y sutil redes de poder: El “poder que no está solamente en las instancias superiores de la censura, sino que se hunde más profundamente, más sutilmente en toda la malla de la sociedad”. De los grupos, de las instituciones, de las instancias académicas. El control se hace uno con las estructuras preexistente, las doblega, hace normal lo que en absoluto lo es; por ejemplo, normaliza y justifica el arreglo del patrimonio de la Universidad Central de Venezuela (UCV), aunque todos sabemos que le debemos su destrucción a quienes hoy lo reacondicionan.

Enfrentar el poder es muy difícil y cuando este es totalitario, mucho más. Su fortaleza está en inhabilitarnos, en penetrar nuestra voluntad, en impedir que la verdad sea dicha y nos conduce a unas confrontaciones insustanciales. Por eso insisto en que nuestro papel de intelectuales, “no es el de situarse «un poco en avance o un poco al margen» para decir la muda verdad de todos; es ante todo luchar contra las formas de poder allí donde este es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del «saber», de la «verdad», de la «conciencia», del «discurso»”, es esta una clara afirmación foucaultiana.

En un escenario totalitario, el problema del intelectual no se resuelve al ser vanguardia, avanzar en la verdad no dicha por la sociedad, pero tampoco en la ubicación anodina de lo marginal, que favorece la sobrevivencia, pero no la liberación. Se trata de saber reconocer en la verdad, en el discurso, en la práctica, los hilos que soportan el objeto e instrumento del poder.

El reconocimiento de estos hilos, de estas redes, de estas mallas de poder no es fácil, no tengo las respuestas, difícil tenerlas, lo que podemos es discernir en sus manifestaciones regionales, institucionales, comunitarias, esto es, parcial y limitado a su contexto. Una respuesta a la vez. En la universidad es un poco más sencillo ver cada actor e indagar en las bases que sostienen sus acciones. Pregunto, no respondo, ¿de qué está hecha la dominación en la universidad?, ¿cuál es su naturaleza y cómo se manifiesta?, ¿podrán estas líneas servirnos para pensar lo político?

¿En qué consiste la lucha contra el poder? Luchar en su contra es colocar las condiciones para su superación. Hacerlo aparecer, poner en evidencia su naturaleza, fortaleza y debilidad. No solo hacer discurso de ello sino actuar en consecuencia. Foucault lo ubica claramente y con él coincido: “Lucha no por una «toma de conciencia» sino por la infiltración y la toma de poder, al lado, con todos aquellos que luchan por esto, y no retirado para darles luz. Una «teoría» es el sistema regional de esta lucha”.

No darle luz es una sentencia radical, no avalar nada que lo oxigene, que le permita legitimarse e imponerse. No darles, es una afirmación radical. Es por ello que toca pensar cada acción, las decisiones en este ámbito son muy duras y comportan grandes desafíos. Una afirmación que atenta contra la firmeza de este camino es la que dice: “Debemos participar porque no hay que ceder espacios…”. Entender que participar en sus espacios, es eso, estar en sus espacios, no en nuestros espacios, toca discernir ¿cuáles son nuestros espacios? para obligarlos a que estos sean reconocidos. Este camino no es fácil ni corto, es largo y duro, estos sistemas no se doblegan en dos años ni en tres, puede acortarse el camino cuando hay firmeza, cuando hay voluntad de poder.

La universidad, todo un sistema de redes, lucha en lo elemental

El poder real está en la persona, en las redes, en los nudos relacionales, en las comunidades, no en las estructuras ni en los aparatos de gobierno. No tiene más poder un jefe de calle que una madre luchadora de un comedor de cualquier sector popular, por ejemplo; ni tienen las UBCH más poder que un partido que se mueva en las redes por donde circula la vida de una comunidad. En lo elemental está el poder, en la vida y en sus distintas manifestaciones. Me hago eco de Václav Havel: “Si el sistema postotalitario reprime totalmente las intenciones de la vida y se basa en la manipulación total de todas las manifestaciones de la vida, entonces toda libre expresión de vida es, indirectamente, una amenaza política: también una manifestación a la que, en otras realidades sociales, a nadie se le ocurriría atribuir una fuerza o hasta un significado político explosivo”.

Frente a los regímenes totalitarios, las luchas son no convencionales, vivir es ya una batalla dada, la resistencia primaria. Estos regímenes reaccionan ante nuestra intensión de vida, nuestra identidad y cultura es una amenaza. Ellos buscan la homogeneidad y nosotros la diversidad, dos caminos irreconciliables, opuestos, que atentan contra el sometimiento diseñado en el poder establecido.

Es una gran fortaleza y posibilidad de lucha comenzar a decir “no”. Poder decir no ante la imposición de las cosas más elementales. Tener claro que las redes de poder están más allá de las estructuras, esto funciona para la universidad, pero también para la sociedad y la política.

Cuando el rumor gana terreno al mensaje oficial, es un buen punto. Cuando suenan nombres y modos de hacer política en las comunidades, en las instituciones, en los diversos lugares, “cuando los prisioneros se pusieron a hablar, tenían una teoría de la prisión, de la penalidad, de la justicia”. Comenzaron a pensar desde sí. Dejaron a un lado el discurso, la teoría foránea, externa, dominadora.

Siguiendo con Foucault, podemos decir: “Esta especie de discurso contra el poder, este contradiscurso mantenido por los prisioneros o por aquellos a quienes se llama delincuentes es en realidad lo importante, y no una teoría sobre la delincuencia”. Me acerco nuevamente al poder del intelectual, que lucha a partir de lo que está, de lo que es, hay poder en la gente, tomo el ejemplo del prisionero, me sirve para decir que es cualquier sujeto, no se trata de hacer una teoría sobre la desobediencia popular, sino desobedecer, acompañar al desobediente, al que no se somete, al que lucha por la libertad. Como no se trata de crear conciencia sino de apalabrar y acompañar al insubordinado, el camino que se perfila es contra el poder. Es decir, un poder contra otro poder.

Dejo abierta la discusión del papel del intelectual en una sociedad sometida por un poder totalitario. Prefiero hablar de sometimiento porque este es físico, corporal, impone límites materiales sin que implique la obediencia. Las universidades serán un peligro para el régimen cuando sean capaces de ir contracorriente del statu quo, cuando no relativicemos el poder del mal y la capacidad de dominar que tiene el sistema.

Hasta una próxima entrega.


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