El salchichón chino

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Esta táctica del salami es tan simple que continúa pasando desapercibida; es, claramente, la que utilizan en este momento los dirigentes chinos.

Esta táctica que ahora utilizan los dirigentes chinos consiste en lograr el totalitarismo comunista eliminando a los enemigos mediante rodajas finas, tan pequeñas que nadie reacciona


 

Guy Sorman / ABC (España) – 06/06/2020

El salchichón favorito de los húngaros, emblemático de su gastronomía, se llama salami, y debe degustarse en rodajas lo más finas posible. Matyas Rakosi, dictador comunista de Hungría desde 1945 hasta 1956, se sirvió de él como estrategia política, la llamada táctica del salami. En su época, Rakosi era considerado «el mejor alumno de Stalin».

Esta táctica consiste en lograr el totalitarismo comunista eliminando a los enemigos mediante rodajas finas, tan pequeñas que nadie reacciona. Así, por medio de pequeñas etapas en apariencia insignificantes, se logra el objetivo deseado sin provocar una reacción masiva o la desaprobación internacional.

A decir verdad, la táctica del salami es de uso corriente entre los dictadores. Adolf Hitler la practicó desde 1933, mordisqueando Renania, luego Austria y después los Sudetes, e hizo lo mismo con sus adversarios internos, los judíos, los comunistas y otros disidentes. Después de cada rodaja, Hitler aseguraba a todos que se detendría allí y no reivindicaba nada más. Su táctica del salami resultó tremendamente efectiva hasta el día en que renunció a ella y quiso tragarse el salchichón polaco de un solo bocado, lo que acabó desencadenando la guerra. Esta táctica del salami es tan simple que continúa pasando desapercibida; es, claramente, la que utilizan en este momento los dirigentes chinos.

Si nos limitamos a los últimos 30 años, en la China posterior a Deng Xiaoping, en el interior los líderes comunistas comenzaron por cortar en rodajas finas toda oposición intelectual y política, para eliminar sucesivamente, siempre en pequeñas etapas, a los demócratas disidentes, como Liu Xiaobo, y después a los abogados, periodistas independientes, blogueros y organizaciones no gubernamentales. La vigilancia de internet le da ahora al Partido Comunista un control absoluto sobre cualquier intento de libre expresión.

Después vino el salchichón de la diversidad étnica, con la eliminación gradual de la cultura tibetana y uigur. Otros pueblos pequeños, cuya existencia es desconocida en Occidente, como los musulmanes chinos, los huis y los yi del sur, han sido reducidos al silencio o condenados a una existencia folclórica.

Al mismo tiempo, los líderes chinos cortaron en finas rodajas a sus rivales del exterior: en Hong Kong la democracia se corta rodaja a rodaja; el mar de China es conquistado isla por isla; India se controla agitando disputas fronterizas insignificantes; Taiwán es aislado por medio de maniobras diplomáticas y militares.

Al otro lado del océano, China esclaviza a los países de África, Latinoamérica y Asia Central con préstamos aparentemente generosos que estos países nunca podrán reembolsar, de modo que acaban convertidos en rehenes de su acreedor chino.

El sometimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como se hizo patente durante la pandemia causada por el coronavirus de Wuhan, es también una manifestación de las tácticas del salami, otro capítulo del dominio por pequeñas etapas de todas las organizaciones internacionales.

También añadiría de buena gana a Corea del Norte a esta táctica del salami, pues este régimen no sobreviviría ni un instante sin el apoyo de China, que le suministra toda su energía eléctrica. A cambio de su supervivencia, Corea del Norte se convierte en una base de ataque nuclear que mantiene a raya a Japón y Corea del Sur, sin que Pekín parezca directamente involucrado.

Para terminar, mencionemos la práctica del espionaje industrial perpetrado por los chinos en EE.UU. y en Europa, de nuevo en pequeñas dosis, para paralizar las reacciones occidentales. No se trata de suposiciones personales o hipótesis: todo es evidente y verificable.

Nos sorprenderá que los occidentales, mordisqueados de esta manera, nunca reaccionen, excepto por los eructos a lo Trump, confusos, sin consecuencias concretas y sin coordinación con los europeos. Pero esta inconsistencia demuestra lo imparable que es la táctica del salami en un mundo occidental que ya no tiene una visión global de su futuro, mientras que los chinos saben exactamente a dónde van: a un imperialismo chino, etnocéntrico y antiliberal.

Si nos remitimos a la Historia, la táctica del salami falla a veces, no tanto por la resistencia del adversario como por la revuelta interna (como en el caso de Hungría en 1956, de Checoslovaquia en 1968, o de Polonia en 1981) o por la excesiva codicia del depredador.

¿Una revuelta interna en China? Es poco probable, excepto en el seno del Partido Comunista Chino, si a sus colegas les parece que Xi Jinping se vuelve peligroso debido a su megalomanía. Vimos este escenario en la URSS. ¿Parece exagerado? No se puede excluir que Xi Jinping quiera concluir su mandato anexionándose Hong Kong y Taiwán, aunque allí, los estadounidenses y los japoneses reaccionarían, como cuando los nazis invadieron Polonia.

Hasta ahora, los occidentales apenas protestan después de cada rodaja de salami, y luego vuelven a su pasividad. Lo misterioso no es China, sino la pasividad de Occidente, que requeriría un psicoanálisis colectivo.


  • Artículo publicado en ABC el día 31/05/2020

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