Finca El Alamín: el paraíso o el infierno de Alejandro Betancourt

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Leopoldo Alejandro Betancourt López con su empresa hueca, esa fachada de compañía llamada Derwick, volvió escombros el sistema eléctrico de Venezuela.

El lugar escogido para el encuentro entre Giullianni y los ucranianos fue El Alamín. Pocos días después, el exalcalde estaba en el Departamento de Estado intercediendo por Betancourt para que no fuera investigado como conspirador en el caso de los $1.200 defraudados a Pdvsa


 

César Batiz / El Pitazo / 01-12-2019

Entre 2011 y 2012, la prensa española, desde la revista ¡Hola! hasta portales como El Confidencial, informaron que las 1.600 hectáreas de la Finca El Alamín, ubicada en Toledo, España, desde el año 960, habían sido compradas por unos empresarios venezolanos por un poco menos de 22,8 millones de euros.

Esa finca, calificada como una de las más hermosas de España, caracterizada por ser un coto caza de jabalíes y ciervos, con un castillo en ruinas y un palacete del siglo XVII, fue subastada por un tribunal español tras ser decomisada a su anterior dueño, Gerardo Díaz Ferrán, un banquero ibérico que cometió un fraude que lo llevó a la cárcel.

Los liquidadores impuestos por el tribunal tasaron la propiedad en 17 millones de euros. Pero para sorpresa de todos, quien se quedó con El Alamín, por encima de la oferta del famoso banquero español Alberto Cortina, fue la empresa contratista eléctrica venezolana Derwick, presidida por Leopoldo Alejandro Betancourt López, quien prefiere ser llamado Alejandro, prescindiendo del nombre de pila de su padre, el pianista y cardiólogo Leopoldo Betancourt.

En esa operación de compra participó como asesor Miguel Linares Danko, hijo del torero Palomo Linares, para el momento novio de la mamá de Alejandro Betancourt, la diseñadora Lilia López. Linares Danko luego se encargaría de ser el administrador de la finca, en la que Betancourt comparte propiedad con Francisco D’Agostino, yerno de Víctor Vargas y cuñado de Henry Ramos Allup.

Desde entonces, El Alamín se convirtió en el lugar de encuentro de famosos y millonarios de España y Venezuela, punto de reunión para conversar y negociar, con la excusa de ejercitar la caza de ciervos y jabalíes, que si escaseaban eran comprados por los dueños de la estancia para el disfrute de los cazadores, que disparaban con miras telescópica, según reseña la prensa española.

Pero El Alamín también se ubicó en la mira de las autoridades españolas. En mayo de 2018, la periodista Marisa Recuero, de El Mundo de Madrid, publicó un reportaje en el cual reveló que la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la policía española, inició una investigación sobre el origen del dinero para la compra de la finca. De esa investigación poco se ha sabido. En cambio se conoce que el presidente de Derwick se ha encargado de contratar los mejores abogados posibles en España para esquivar las investigaciones. Pero el mismo Alejandro Betancourt se encargó de encender los focos sobre El Alamín por culpa de un invitado especial.

En agosto de este año, Ruddy Giullianni, exalcalde de Nueva York y abogado litigante, viajó de EE.UU. a España para reunirse con representantes del gobierno de Ucrania, a los fines de armar la defensa del presidente de estadounidense, Donald Trump, según reveló The Washington Post, gracias a información de fuentes reservadas. El lugar escogido para el encuentro entre Giullianni y los ucranianos fue El Alamín. Pocos días después, el exalcalde estaba en el Departamento de Estado intercediendo por Betancourt para que no fuera investigado como conspirador en el caso de los $1.200 defraudados a Pdvsa, en el cual participó su primo, Francisco Convit, y el presidente de Globovision, Raúl Gorrín, de acuerdo con el expediente introducido en una corte de Florida.

Si algo ha distinguido a los miembros de Derwick y en especial a Betancourt López, es tratar de pasar desapercibidos pese a que dejaron una estela de ruinas en las instalaciones eléctricas que construyeron, mientras sus bolsillos se llenaban. La familia se ha concentrado en contratar a asesores de relaciones públicas, pagar la limpieza de imagen, amenazar a periodistas que preparan reportajes sobre los empresas, comprar espacios publicitarios en medios, buscar abogados costosos y mitigar el peso de investigaciones parlamentarias. Todo con el propósito de no quedar en la mira, como un manso ciervo en un coto de caza, de tribunales o periodistas.

No obstante, la presión de ser el conspirador 2 en el expediente de la Fiscalía de EE.UU. en Florida, pese a que hasta hace tres semanas no estaba identificado con nombre y apellido, a diferencia de su primo, Francisco Convit, contra quien pesa una orden de arresto, parece haber llevado a un estado de preocupación máximo a Alejandro Betancourt, que lo condujo a buscar la ayuda del influyente, pero cada día más desacreditado, Giullianni.

Por eso, Alejandro Betancourt, de quien no se sabe su exacto paradero, está en la marquesina de los medios y también de la justicia de EE.UU. que, según nos informan, intentará llevarlo ante un juez para que cuente sus historias, las mismas que prefería narrar como una fábula de éxito al lado de una cálida chimenea en el paraíso de El Alamín, y no en un estrado bajo los focos infernales y las preguntas inquisidoras de un fiscal nada complaciente.

NOTA: Al momento de escribir este artículo, escucho a Humberto Calderón Berti, el exembajador de Juan Guaidó en Colombia, exponer las razones, que según su versión, llevaron a que lo retiraran del cargo. Queda la incertidumbre acerca del destino de un país en el cual, de acuerdo con lo narrado por el diplomático, se quieren repetir esquemas de complicidad del pasado, que son los mismos barros que formaron a figuras como las que representa el joven Alejandro Betancourt.

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