La amoral doctrina Magdaleno

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John Magdaleno es profesor de la Escuela de Estudios Políticos de la UCV.

Reproducimos este artículo publicado el 28 de abril de 2019 en el diario Costa del Sol que aún conserva pasmosa y recurrente actualidad


 

Bernardino Herrera León / Costa del Sol (Venezuela) – 09/07/2020

Llamo doctrina Magdaleno al enfoque político según el cual es inevitable e imperativo la negociación hasta con los regímenes más extremo-totalitarios, con el fin de lograr una transición pacífica hacia la democracia. Se trata de una corriente que agrupa a muchos partidos, organizaciones y conocidas personalidades en Venezuela.

La denomino “Magdaleno” por cuanto ha sido el profesor de la Escuela de Estudios Políticos de la UCV, John Magdaleno, quien más se ha esforzado por sustentarla académicamente y difundirla como parte de su trabajo profesional como asesor político. En absoluto se trata de algo personal en contra del profesor, es importante subrayarlo. Necesitaba un nombre para reunir las diferentes tesis que creen, convergen y abogan por una posible la transición pacífica, por caminos que van desde una negociación entre las élites hasta la estrategia propuesta de Gene Sharp.

Esta doctrina argumenta que es posible la negociación privada entre las élites de poder. Se apoya, en un proyecto de investigación basado en estudio de casos que denomina “transiciones políticas”. Afirman que, de los 88 casos que dicha investigación ha registrado, 54 se clasifican como transiciones pacíficas exitosas, de regímenes autoritarios a sistemas democráticos. Además, sólo 17 del total de casos lograron transiciones mediante intervenciones militares.

Muchos dirigentes políticos venezolanos y extranjeros han insistido en la tesis de la negociación, intentada en varias oportunidades, como la única vía válida para superarla, a todas luces, espantosa crisis social y humanitaria que sufre Venezuela. Todos esos intentos han fracasado. Y ello obliga a poner en duda el enfoque no sólo por sus resultados, sino además por lo idílica e ingenua con la que suele sustentarse.

Nada más deseable que la resolución no violenta de una tragedia nacional como la venezolana, ni nada más dulce a los oídos de los ciudadanos, agotados y aturdidos por tanta violencia y deterioro social, que el escuchar sobre posible fin del régimen chavista, que lleva ya 20 administrando la riqueza pública más colosal del continente con resultados tan terribles en pobreza y atraso. En consecuencia, la dura realidad impone desechar esas ilusiones y echar mano a otras consideraciones.

La brevedad de espacio para este artículo obliga a ir directo para argumentar sobre el duro título que propongo. Mi propósito es refutar esta doctrina por considerar que acepta y promueve la barbarie. El espacio alcanza ahora para abordar un solo punto, la base fundamental de la misma: la exclusión de todo criterio deontológico en la negociación política. Luego expondré otras refutaciones también importantes.

Bien vale detenernos un párrafo para aclarar por qué uso la palabra amoral y no inmoral. Es sutil la diferencia entre ambos términos. Pero amoral sería todo aquello que carece o ignora la moral, mientras que inmoral es el acto de transgresión premeditada y consciente de las normas morales. Y como sabemos estas normas morales son la fuente de los valores y la ética.

Argumento que la doctrina es en efecto amoral porque, en palabras del propio Magdaleno, propone que las negociaciones políticas, y por tanto la política misma, son actos puramente prácticos o pragmáticos, que deben prescindir de “apasionamientos” románticos. A eso, a los apasionamientos es que se reduce la moral y la ética en dicha doctrina. Quienes anteponen razones éticas o de derecho como parte esencial en dinámica y las relaciones políticas son tildados de “radicales”. Los radicales deben ser ignorados o apartados en lo posible, porque harían imposible que las negociaciones de partes en conflicto se lleven a cabo y culminen exitosamente.

Es en este punto, justamente, donde se encuentra la mayor debilidad, o mejor dicho, la aberración amoral de la doctrina Magdaleno. Paso a explicar por qué afirmo esto:

La historia de la humanidad puede describirse como una dilatada confrontación entre barbarie y civilización. A medida que nos acercamos al presente, la civilización, que no es exclusiva de la cultura occidental, ha logrado expandirse hacia el resto del  mundo, superando la barbarie como forma de comportamiento individual, social y político. Aún así, la barbarie predomina en la mayor parte del mundo. Hasta las sociedades más democráticas y menos violentas, persisten focos de barbarie, que se expresan en delincuencia, crímenes, abusos de autoridad y de poder y otras.

La barbarie existe en la ausencia o debilidad de las normas de convivencia social. Éstas son el tejido moral, ético, legal y tradicional de los acuerdos y costumbres que cohesionan y hacen posible la sociedad. La barbarie incluye también la transgresión de dichas normas. La civilización, en cambio, surge de la observación de estas reglas y de la mayor o menor percepción de que existen garantías que incentivan su cumplimiento.

Cuando una doctrina, como la que propone Magdaleno y otros, prescinde a conciencia de todo principio deontológico, apelando a razones de practicidad, está sencillamente regresando a la barbarie. Porque fundamentar doctrinariamente las negociaciones con transgresores naturales de las normas de convivencia conduce, inevitablemente al reconocimiento y legitimación de los transgresores, proclamando como inevitable la inmodificable condición bárbara de las relaciones humanas. Y la historia refuta demuestra justo lo contrario.

De no haber surgido normas, derechos de propiedad, derechos generales, moral y principios éticos, la especie humana ya se habría extinguido. Luego de un largo recorrido de carnicería humana autodestructiva, la humanidad tuvo que caer en cuenta y pactar la idea de la tolerancia como un modo de convivencia, es decir, de civilización. Los primeros tratados de regularización de las guerras fueron quizás otro paso importante hacia la civilización, pues los efectos destructivos de los conflictos bélicos solían resultar en amargos colapsos sociales, tanto para los vencedores como para los ganadores.

El progreso de las normas básicas de convivencia, que a duras penas evoluciona lentamente a lo largo de la historia, ha ido imponiendo parámetros de comportamiento en la barbarie. Muchos bárbaros y barbaries hacen un esfuerzo por ocultar, disimular o disfrazar sus actos criminales contra otros seres humanos, estén o no armados.

Pero en los dos últimos siglos, pese a ocurrir en la primera mitad del siglo XX las horribles y colosales matanzas de las guerras mundiales, la racionalidad civilizadora ha alcanzado importantes logros. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en octubre de 1948, y la creación de la Corte Penal Internacional contra los crímenes contra la humanidad, mediante el Estatuto de Roma, son importantes ejemplos.

No obstante estos últimos grandes logros, dos siglos de civilización contrastan en desventaja con los cientos de miles de años de tradición bárbara. La barbarie persiste, sobre todo, trajeada de ideologías. Los regímenes o gobiernos bárbaros, llámense totalitarios o autoritarios, así como los grupos políticos violentos, sólo pueden existir mediante la transgresión de las normas de convivencia. Es decir, mediante la barbarie. Violar leyes, asesinar sin escrúpulos, robar o expropiar bienes, abusar de los impuestos, incumplir contratos, agredir a  quienes  disientan, y muchas más son las prácticas más esenciales de los totalitarios, de los bárbaros.

Para ocultar la barbarie, los regímenes o grupos políticos transgresores se arropan en las ideologías. Tribalismo, racismo, nacionalismo, socialismo-comunismo, fascismo, fundamentalismo religioso o de género, todas estas ideologías pretenden imponer un sistema de orden para el resto de la sociedad. Si no logran la sumisión voluntaria, lo hacen por la fuerza.

Pacífica o violentamente, estos grupos o gobiernos se proponen una meta en común: el exterminio de la diversidad de otros pensamientos y modelos que les disienten. De eso se trata la historia de la barbarie, de una saga de sometimiento, esclavitud, servidumbre y genocidios.

En el caso de la Venezuela, el régimen chavista monopoliza el poder del Estado autodefiniéndose como de ideología socialista. Y aunque exhiba patrones similares a las criminales experiencias socialistas del siglo XX, el chavismo se destaca como una singularidad, la de ser a un mismo tiempo un grupo político y una sofisticada organización delictiva internacional.

En efecto, a lo largo de 20 años en el poder, el chavismo se ha impuesto con o sin apoyo popular. De eso se encarga el eficiente sistema electoral que ha creado. Usa muchas formas típicas de las ideologías, desde el socialismo elemental hasta las religiones primitivas. Y en especial énfasis pone en el poder que le otorga la complicidad en la corrupción y, en general, la cultura de corrupción, que incluye desde populismo hasta la violencia, el chantaje, la coacción y la tortura.

Como ocurre con otras experiencias socialistas, las crecientes demandas sociales estorban al chavismo. Su éxito relativo, que  se mide por su permanencia en el poder, consiste en reducir la presión de dicha demanda social. Y eso sólo es posible con exterminio demográfico, que va desde incentivar las migraciones hasta el genocidio alimenticio, asistencial o las matanzas directas de la represión o de la delincuencia común.

El chavismo lo han logrado, qué duda cabe. Venezuela exhibe el récord migratorio de una quinta parte de su población. Alcanza una altísima tasa de más de 130 homicidios por cada cien mil habitantes y una morbilidad/mortalidad que aún no se pueden calcular, pues las cifras oficiales no existen y las fuentes extraoficiales tan escasas como riesgosas. En Venezuela está en marcha un lento exterminio programado. Así piensa el chavismo. O ellos o ellos. El resto es escoria, ni siquiera seres humanos.

El problema con la doctrina Magdaleno es que reduce a un  dogma teórico la singularidad extremadamente peligrosa y transgresora del chavismo. De su abierto propósito de exterminio de lo que denomina la “vieja sociedad capitalista” o “cuarta república”, como la llamaban antes. Son buenos inventando nombres.

Esta reducción dogmática sustrae la condición criminal del chavismo, que Magdaleno llama “coalición dominante”. Con ella hay que negociar. No nos queda otra opción, dicen. Y hay que hacerlo, apostando por el debilitamiento de los factores que integran dicha coalición. Esta tesis del “quiebre” del régimen considera indispensable ofrecer un conjunto de “incentivos” más que de presiones, que animen a las partes internas del chavismo a pactar una transición.

Pero el chavismo no se comporta como un conglomerado de partes, que supongan que, una o más de una de éste lo debiliten o le hagan desmoronar. Por el contrario, el chavismo es una organización monolítica de control central. De muy eficiente funcionamiento, perfeccionado en su tiempo por Lenín, hasta el punto al final de la vida del caudillo soviético haya sido víctima de su propio monstruo. En efecto, todo lo que esté en la periferia o alrededor del chavismo debe obedecer las líneas centrales que constantemente se emiten. De lo contrario es inmediatamente expulsado o purgado, y nunca de buena manera. El terror que pueda sentir un ciudadano común al disentir del chavismo no se compara con el pánico de un chavista cuando difiere de sus caudillos. De acuerdo con este enfoque, el chavismo nunca va a quebrarse, a menos que su fuente de poder, que son tráfico de drogas, la legitimación de capitales y demás actividades de corrupción y delincuencia decaigan o cesen. Mientras este inmenso flujo de dinero se mantenga, el chavismo encontrará modo de renovar disidencias en sus filas. Y esto no ocurrirá espontáneamente.

Por otra parte, el chavismo no ha hecho otra cosa que transgredir. ¿Qué garantías puede ofrecer su palabra para cumplir un acuerdo negociado de salida pacífica del poder? ¿Qué incentivos se le ofrecerían: impunidad, reconocimiento político? ¿Qué presiones se le aplicarían: protestas, aislamiento internacional, sanciones financieras?

Hasta ahora, todas estas opciones se han aplicado sin  resultados. El chavismo no se quiebra. Se reinventa con nuevas rutas de financiamiento. Se renueva con purgas. El chavismo sigue adelante, sin rubor alguno, con su plan de exterminio. El chavismo no atiende a moral ni a ética alguna y, prescinde de los valores más elementales.

Un ejemplo de falsa e ilusoria transición pacífica fue el Acuerdo  de Paz entre el gobierno del premio Nobel Juan Manuel Santos y las guerrillas terroristas de las FARC, en la vecina Colombia. Rechazado en referéndum, fue igualmente impuesto por acuerdo político. Hoy, la violencia continúa. Los jefes guerrilleros ostentan gentiles y acaudaladas jubilaciones, disfrutando de la impunidad de aforados curules de senadores. Muchos antiguos guerrilleros se siguen dedicando a actividades delictivas. No conocen otro oficio. Pero, además, a los jefes les fue tan pero tan bien…

Conociendo el comportamiento chavista, su  completa ausencia de escrúpulos y valores humanos, alimentada por la ideología del odio de sus entrañas, es muy improbable que negocien su salida pacífica del poder. Ni siquiera permitiéndole mantener su estructura organizacional, paramilitar y financiera. Quitando el enfrentar la justicia, ofrecerle cambiar voluntariamente a una vida honesta, respetuosa y productiva resulta infantil en extremo luce, cómo decirlo, como una ficción.

Los incentivos que la doctrina Magdaleno propone como indispensable en la negociación oposición-chavismo implica una altas dosis de impunidad que, últimamente, llaman “amnistía”. Es aún muy poco, sostiene el mismo profesor Magdaleno, pues debe haber, agrega, otros ofrecimientos. Y esas ofertas deben pactarse en secreto. La opinión pública es tóxica.

El problema con la doctrina Magdaleno es que acepta la sobrevivencia del chavismo en una posible vuelta a la  democracia. Pero el chavismo no es un grupo político. Es un programa totalitario de exterminio social. La democracia jamás será posible mientras un grupo político como el chavismo, o como cualquier otro similar, actúe, influencie y disfrute de plenos derechos en el país. Igual ocurriría con cualquier otra nación. Ya sabemos que, como toda ideología socialista, tiene vocación global. El chavismo, ya lo sabemos, ha despilfarrado fortunas en su intento por de expandirse en América y más allá.

Resulta francamente ridícula la idea de negociar con organizaciones tan extremistas algún tipo de comportamiento moderado. Pedirle a Jack El Destripador unas puñaladas menos no le hace el buen Jack. La política no es exterminio mutuo o unilateral, como es este caso que nos ocupa. La política es negociación, acuerdos y, sobre todo, confianza en que se observarán dichos acuerdos. Requiere que las partes renuncien a imponerse a las demás. Abandonar toda aspiración totalitaria.

Para que sea posible, la democracia requiere la racionalidad de la convivencia y el necesario respeto a sus parámetros. El fracaso de las democracias del siglo XX estriba en la amplitud libertaria que ha permitido la participación de fuerzas políticas ideológicas de exterminio que, una vez que arriban al poder, se dedican a destruir la democracia, la convivencia y la población disidente.

Quien esto escribe fue testigo de una organización que se jactaba de poseer una cara “legal” y otra “clandestina”. La legal participaba en elecciones. La clandestina secuestraba empresarios y asaltaba bancos para financiarse. Esos dineros los despilfarraban en extravagantes viajes y reuniones los jefes de cada partido “revolucionario”, como decían.

La doctrina Magdaleno es amoral porque justifica lograr un acuerdo con este grupo político-delictivo prescindiendo de estorbosas peticiones morales. Lo peor, es que nada garantiza que el chavismo cumpla con palabra alguna, porque nunca lo ha hecho.

Si el chavismo ofrece unas elecciones a cambio de impunidad, sumisión y reconocimiento, es porque las va a ganar fraudulentamente o no las va a llevar a cabo. En ambos casos, lo sabe, las fuerzas opositoras se van a desprestigiar y a debilitarse en su base popular y ciudadana. No importa el candidato ni las condiciones, como afirma la doctrina Magdaleno, sino lograr unas elecciones que, tal como ocurrió con las que se han celebrado después de 2015, fueron un desastre para la oposición.

Tengo muchas otras refutaciones que anteponer contra esta nefasta doctrina. Lamentablemente, anida en las universidades barnizadas de académicas. Instituciones que, por cierto, están excluidas o autoexcluídas de la agenda del país. Ese otro tema. Espero la oportunidad de exponer otros argumentos, con más detalle. Sirva, por lo pronto, este primer punto de la amoralidad de la doctrina como primera contrastación. Y por ello, irremediable su condena al fracaso.

Si en Venezuela se impone la tesis de la negociación, bajo el enfoque de la doctrina Magdaleno y otras similares, tendremos chavismo para mucho tiempo. Porque, por un lado, el chavismo está armado y armándose cada vez más, con el apoyo de las naciones forajidas como Rusia, China. Mientras que por el otro, la oposición desarmada y pacifista, convocando a una ciudadanía cada vez más famélica, agotada y temerosa de la represión.

No importa lo que digan académicos ilustres ni políticos experimentados. No importa lo que repita el dogma pacifista. Ninguna negociación resulta cuando una de las partes es victimaria y poderosa y la otra es víctima y débil. La ventaja la tienen los primeros y ellos impondrán lo que les venga en gana. El horror se perfumará luego con la propaganda.

Esta es parte esencial del actual debate en la oposición venezolana, entre los Chamberlain y los Churchill. Al parecer, van ganando los primeros. Lamentablemente.


  • Artículo publicado en Costa del Sol el día 28/04/2019

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